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sábado, 10 de noviembre de 2012

No es tu final, es tu principio

 

     
Dice la biblia que Jesús, después de haber resucitado, se le apareció a alrededor de quinientas personas, pero, en el aposento alto, cuando el Espíritu Santo se derramó, no había quinientas personas. La gente lo vio, él caminó con ellos, comió con ellos, les mostró sus marcas, les habló, pero, cuando vamos a la experiencia de lo que es Pentecostés, no había quinientos, sino ciento veinte.
¿Dónde estaban los otros trescientos ochenta? Los otros no tuvieron la capacidad de esperar y de perseverar. Lo que tenían que esperar no era nada, comparado a lo que habían tenido que esperar para que Cristo viniera. Cristo tardó cuatro mil años en llegar. La promesa tardó cuatro mil años en manifestarse.
 
Habían esperado por generaciones para ver a Cristo resucitado, pero ahora, por la promesa del Espíritu Santo, no tendrían que esperar cien años; eran tan solo cincuenta días. Eran cincuenta días en los que él había estado mostrándose a ellos, halándoles, enseñándoles, pero, lamentablemente, no todos tuvieron la capacidad de perseverar, de permanecer, en obediencia, en el lugar que él les dijo, porque pensaron que era suficiente con una experiencia.
 
La promesa de Dios cumplida no es para aquellos que simplemente conocen de la promesa, sino para aquellos que son capaces de esperar, en obediencia, por la promesa, para los que son capaces de perseverar. Por eso, Pablo hace una aclaración, diciendo que el evangelio les había sido predicado, pero no te protege por haberlo oído una vez, sino porque perseveras en él.
El tiempo de espera entre el momento en que recibes la resurrección del Señor Jesucristo, y la manifestación de todo lo que él te prometió, no se compara con todo lo que te tomó llegar al punto en el que te encuentras hoy. Tienes que esperar por lo que Dios te ha prometido, y tienes que perseverar, pero no se compara con todo lo que has tenido que esperar para llegar a donde hoy te encuentras. Pero, por alguna razón, los cristianos perdemos nuestra perseverancia, nuestra expectativa, nuestra esperanza. Decimos creer, pero renunciamos fácilmente.
 
No importa si aquellos que pensabas que iban a permanecer ya no están. Si él dijo que esperaras, si él dijo que iba a venir, si él dijo que tendrías aquella experiencia en el aposento alto, tú no debes renunciar, aunque otros estén renunciando.
En Juan 2, se nos narra el momento en que, tanto María como Jesús y sus discípulos llegaron a una boda. Dice la palabra del Señor que el vino estaba faltando. No se había acabado todavía, pero ya estaba faltando. ¡Qué sentimos presión, cuando vemos escasez en nuestra vida, cuando los números van bajando!
 
María fue donde Cristo y le dijo que no había vino. Había vino, pero se estaba acabando. Lo que pasa es que la mente, en seguida, te dice que no hay. Pero, en el verso once, después de Jesús haber convertido el agua en vino, dice que ese fue el principio de señales.
Cuando María pensaba que era lo último, en realidad era el principio. Cuando María pensaba que todo se iba a acabar, era el principio. Era el principio de señales.
 
Ante la escasez, ante la presión del tiempo, ante la presión de que la gente se está yendo, de que te están abandonando, has pensado que es el final, cuando, en realidad, es el principio de señales, el principio de milagros.
Eso que el mundo ha dicho que es tu final, es tu principio.

Palabra de Espíritu y vida

    

En Juan 6:63, varias palabras saltan a la vista. Jesús dijo: El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Una de las palabras que llama nuestra atención es la palabra “espíritu”. El espíritu es definido por los libros como alma, o parte no corpórea de toda cosa viviente. Y estamos de acuerdo en que, para que haya espíritu, tiene que haber vida.
 
La biblia dice muchas cosas acerca del espíritu. Isaías nos habla acerca de la vida del Espíritu. Y en el libro de Romanos se nos habla del espíritu de vida de Cristo.
Cuando hemos conocido a Jesucristo como nuestro Salvador, comenzamos a vivir una vida espiritual, porque hemos recibido el Espíritu Santo en nuestra vida, pero, aunque le hemos recibido, no le poseemos, sino que, por el contrario, es el Espíritu quien nos posee a nosotros. Y podríamos tratar de explicar lo que entendemos por espíritu, pero, con palabras, no podemos describir lo que en nuestro interior entendemos que es el Espíritu que posee nuestras vidas, y que obra a favor de nosotros.
Aunque somos cristianos, y conocemos las cosas espirituales, y conocemos que estamos sentados en lugares celestiales, y entendemos que, a través de nuestro espíritu, tenemos una conexión directa con el Señor, se nos hace difícil expresar con palabras una definición para “espíritu”. Sin embargo, estamos claros que, en nuestro interior, lo entendemos.
 
Y es que, tenemos que entender que, nuestro interior es más poderoso que nuestro exterior.
En ocasiones, podemos recibir una palabra, pero, al intentar compartirla con otra persona, no encontramos cómo ponerla en palabras. Y es que nos identificamos con esa palabra que recibimos, espiritualmente. La recibimos en nuestro espíritu. Nuestro espíritu recibe mensajes que no podemos expresar con palabras.
Lo mismo sucede con la palabra “vida”. Cuando hablamos acerca de vida, pensamos en el periodo en el que estamos vivos, que es el periodo que está contrastado con la muerte. Cuando pensamos en vida, en el mundo natural, hablamos del tiempo en el que respiramos, en que nuestro corazón está latiendo, y decimos que esa vida se detiene, cuando llega la muerte.
 
Dice en Deuteronomio: He puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. La escritura hace paralelas las palabras “vida” y “bendición”. Cuando hablamos acerca de bendición, estamos hablando acerca de vida. Pero, en el Nuevo Testamento, la palabra vida cobra otro significado, porque se nos habla acerca de la vida que viene después de la muerte. Totalmente contrario a lo que pensamos en el mundo natural de que la vida es antes de la muerte, en el Nuevo Testamento, y para nosotros los cristianos, la verdadera vida es la que viene después de la muerte, que es la vida eterna, esa revelación que hemos recibido, producto de tener una relación con el Señor.
Podemos estar de vacaciones, relajados, y decir: Esto es vida. Porque vida es otra palabra que no podemos expresarla con una definición. No existe una definición específica para poder acomodar todo lo que implica.
 
Pero, podamos o no podamos definir las palabras “espíritu” y “vida”, la palabra de Dios, en Juan 6:63, dice que la palabra es vida y es espíritu. No importa si puedes expresarlo con palabras, lo que importa es que tú entiendas que, cada vez que de tu boca sale una palabra, cada vez que tú articulas algo, cada vez que tú expresas algo, aquello que estás diciendo, de acuerdo a la palabra del Señor, carga consigo una vida, y carga consigo un espíritu.
 
Todo lo que tú puedes entender con tu mente, aunque quizás no lo puedas explicar completamente con tus palabras, todo eso comoquiera está contenido en las palabras que tú expresas con tu boca. Esa es la importancia de guardar cada palabra que sale de nuestra boca, cada cosa que decimos. Por eso es que es tan importante cuidar nuestra confesión, porque, lo entiendas o no lo entiendas, lo sepas o lo desconozcas, eso no te exime de la verdad de que va a tener resultados en tu vida, puedas o no expresarlo, porque, todo lo que nosotros decimos, todo lo que sale de nuestra boca, carga en sí vida, y carga en sí espíritu.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

2 Timoteo 2:15

Procura con diligencia presentarte aprobado,
 como obrero que no tiene de qué avergonzarse,
que usa bién la palabra de verdad
 


TE INVITO A QUE RECIBAS A CRISTO EN TU CORAZÓN

PADRE:
GRACIAS POR MORIR EN LA CRUZ POR MI,
Y LIMPIAR MI PECADO.
TE ABRO MI CORAZÓN Y RECONOZCO QUE TE NECESITO EN ESTE MOMENTO.
YO, TE ACEPTO Y TE RECIBO COMO MI UNICO Y SUFICIENTE SALVADOR, ESCRIBE MI NOMBRE EN EL LIBRO DE LA VIDA.
EN EL NOMBRE DE CRISTO
AMÉN

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